La obra de Monika Buch destaca por las sugerentes composiciones donde la geometría y el color generan otras manifestaciones del espacio, más allá de las que establecen las dos dimensiones del cuadro. En ese campo virtual de profundidad y dinamismo lumínico subyace una promesa que sostuvo el optimismo utópico de la abstracción geométrica del siglo XX: la posibilidad de establecer una experiencia estética de carácter universal, al margen de la circunstancia y de la historia.
Vista de la exposición “Monika Buch. Trayectoria 1958/2018” en Fundación Chirivella Soriano. Fotos: arte de cercanías |
El registro de una nueva realidad
Hasta finales del siglo XIX la expresión artística más contemporánea se mantenía atada a la individualidad de su autor; es decir, a su personal elección de temas, a su manera de abordarlos y hasta a su particular forma de aplicar el pigmento o modelar un volumen.
Con el cambio de siglo, muchos artistas empiezan a manifestar su interés por liberar al arte del enorme peso que tenía lo subjetivo del autor en la obra resultante.
Así, entre la segunda y tercera década del siglo XX, se propusieron lograr un arte de verdadero alcance universal para lo cual tuvieron que prescindir de las figuras conocidas del entorno material y concentrarse en el uso de la geometría y el color para significar una nueva realidad que se anunciaba más allá de lo visible.
Ciertamente, los avances de la ciencia y la tecnología dejaban en claro que el mundo había cambiado y que esos cambios se tendrían que reflejar en los comportamientos de las personas y en su manera de organizarse en sociedad.
Las artes plásticas y la arquitectura cumplieron un importante papel en la promoción y concreción de estas ideas, y contribuyeron a consolidar un verdadero sentido social a través del arte público, así como de las alianzas entre diversas disciplinas como la ingeniería, la física o la psicología experimental.
Esta experiencia convivió con el expresionismo abstracto americano o el arte informal europeo y alcanzó hasta la década del sesenta cuando fue revisada por la depuración del arte minimal o desestabilizado por el avasallante paso del pop art.
Toda una trayectoria recogida en esta exposición
En ese vasto campo que tiene como eje el empleo de la geometría y el color para elaborar propuestas de carácter abstracto se ubica Monika Buch (Valencia, 1936), cuya obra está centrada principalmente en las corrientes del arte cinético y óptico.
La exposición que tiene lugar en la Fundación Chirivella Soriano está integrada por un nutrido número de dibujos, pinturas y estampas de Buch distribuidos a lo largo de los tres pisos del Palau de Joan de Valeriola. Las piezas cubren un periodo que se inicia en los años de formación de la artista en la década del cincuenta y alcanza hasta el presente.
Vista de la exposición “Mónika Buch. Trayectoria 1958/2018” en Fundación Chirivella Soriano |
La muestra está dividida en siete secciones que no siguen un orden cronológico. Hay un grupo dedicado a la etapa de formación. Otro grupo se identifica como el de las obras lineales y está referido a una “geometría en estado puro”. Los modulares se articulan en torno a la repetición. Las figuras imposibles se centran en imágenes ambiguas que desafían la certeza perceptiva. En esa búsqueda de lo inestable se llega a la sensación de movimiento a través de las obras óptico-cinéticas.
Un componente de mayor libertad en la forma y la ejecución se aprecia en el grupo de las casuales y finaliza la muestra con un capítulo denominado investigación. Allí se aprecian ideas tal vez no desarrolladas del todo pero que surgen en las distintas etapas creadoras de la artista.
Varios elementos otorgan singularidad al trabajo de Buch. Por una parte, su predilección por lo que se podría llamar una pintura programada. Un planteamiento que se inicia a partir de un único elemento: un cuadrado, por ejemplo, que es modificado sutilmente en su disposición y color en el espacio, dando lugar a encantadoras secuencias que además de entretener la mirada no dejan de ser el testimonio de una manera de entender la época en que fueron producidas.
Vista de la exposición “Mónika Buch. Trayectoria 1958/2018” en Fundación Chirivella Soriano |
Otro aspecto que llama la atención en la selección para esta muestra es la cualidad manual de su técnica. A diferencia de otros artistas que también formaron parte de esta corriente, Buch no busca el acabado impoluto, la factura perfecta y la impronta industrial.
En su obra se aprecia el peso del boceto, las huellas del grafito luego de ser borrado o el trazo del pincel al aplicar el pigmento. Sin embargo, esto no resta méritos a la propuesta ya que lo que sobresale y domina es el juego perceptivo de las figuras ambiguas, los enigmáticos climas cromáticos que surgen por la composición calculada y otros aspectos que tienen que ver más con la acepción del color como una energía liberada en el lienzo o el papel.
Este tono contenido de su propuesta destaca también en su apego al plano y a no incursionar, hasta donde nos deja ver la exposición, en la forma tridimensional y la arquitectura.
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