La pintura de la artista noruega Anna-Eva Bergman (Estocolmo, 1909-Grasse, Francia, 1987) es de una abstracción hecha a partir de la memoria. La magnitud de sus obras, los tonos de sus colores y la disposición de las formas geométricas que emplea son constantes llamados a las claves de un paisaje familiar. Sin embargo, el lenguaje abstracto que maneja con peculiar sensibilidad le permite traspasar las fronteras de lo visible recordado y adentrarse en una suerte de memoria de aquello que no se ve pero que se ha sentido. A favor de esa dimensión de lo invisible acuden la persistencia del horizonte, las grandes masas de colores sobrios y la inestabilidad luminosa de las hojas de plata y dorado con que rememora la energía contenida de un paisaje nórdico. Al final su obra nos conduce a una poética del lugar cuyo destino sería el de una acepción cósmica y universal de lo mirado. Y esta es una vía de gran valor que la abstracción geométrica consiguió para intentar llegar a un ideal de lo a
el arte que nos rodea