Fina Gómez (Maracay, Venezuela, 1920-Valle de Arán, España, 1997) fue una mecenas venezolana que en los años sesenta tuvo un papel de importancia promoviendo la carrera de varios artistas a través del premio que ella misma creo en el Salón Oficial.
En aquellos años organizó varias exposiciones en España y Francia donde destacaba la riqueza del arte venezolano, desde lo aborigen hasta las manifestaciones más contemporáneas. Su incursión en la fotografía se produce desde muy joven con trabajos que realiza en Nueva York entre las décadas del treinta y cuarenta. A mediados de los cincuenta comienza a acompañarse de la palabra poética de Lise Deharme (Fotografías, 1954), de Pierre Seghers (Piedras, 1958 y Dialogo, 1965) e Ida Gramcko (0 grados, norte franco, 1964).
La exposición “El barco encallado”, que presenta en Caracas la galería Cubo7 Espacio fotográfico, está compuesta por poco más de diez fotografías en blanco y negro realizadas en una playa de la región de Bretaña, en Francia, en 1964. El tema son objetos encontrados en la península de Quiberon: troncos de árboles y restos de embarcaciones. Junto con la quietud de esos objetos extraviados de la naturaleza, destaca también el tiempo lento del mar esculpiendo la madera. El resultado es una visión poética del objeto que apela a una mayor presencia sensible del espectador.
La consideración contemplativa del objeto fue muy apreciada a mediados de los años sesenta en Venezuela. Una vertiente del objeto artificial dispuesto como obra de arte la encontramos, por ejemplo, en Mario Abreu, Alejandro Otero o Jesús Rafael Soto. Que estos dos últimos artistas, provenientes del rigor formal de la geometría, hayan sucumbido a la elocuencia oculta del objeto, deja ver hasta qué punto la realidad se vio sensiblemente amplificada en estos años. En el caso específico del desgaste de la madera por la acción del mar se puede mencionar también el trabajo de Elsa Gramcko, quien incorporó en su obra estos objetos encontrados para ahondar en este desafío al canon abstracto geométrico.
Fina Gómez. De la serie El barco encallado, 1964 |
En El barco encallado puedo destacar la selección del objeto fotografiado, los puntos de vista sorprendentes, la mirada de la artista que revela la cualidad más sensual de la madera desgastada por el oleaje marino. Hay como una exaltación del material en atributos casi escultóricos, como si Gómez nos descubriera insólitos volúmenes tallados por la parsimonia del tiempo reiterativo y eterno, y el olvido de los hombres.
La expresividad autónoma de aquellos troncos y viejos barcos, detenidos en el vaivén de una playa, debe mucho también al acertado manejo lumínico, a esa luz plata de Bretaña que parece haber alimentado la riqueza de grises de estas magníficas fotografías. Finalmente, llama la atención el nivel de evasión en que la artista quiere colocar estos objetos, ese esfuerzo en reducir al máximo la cualidad de representación de la fotografía. Seguramente a ese interés se deba también la estrategia de vincular su obra con la sensibilidad poética de la palabra.
Comentarios
Publicar un comentario